martes, 9 de noviembre de 2010

Reino de Deira (antecedentes I)


Este es un fragmento de los relatos de uno de los Reinos Britanos del siglo quinto A.C.

(Partida B555 de Lords of the Earth)

Las tropas de Aelli, gran rey de Deira que ya comenzaba a ser conocido como el “Conquistador” por las tierras que había incorporado al reino, permanecía impasible mirando, acechando ante la ciudad de Whitby, en la recientemente conquistada región de Scarborough. Tras largos meses de vigilancia frente a sus murallas de piedra, controlando que ni una gota de agua, ni un grano de cereal entrase en su interior, todo parecía indicar que sus habitantes acabarían rendidos. Varias veces en el último invierno los de Whitby trataron de negociar con sus sitiadores una salida digna, pero Aelli, convencido de que su posición era favorable, se negó a escucharles, esperando una rendición incondicional.
El invierno parecía ya acabarse y el frío les abandonaba del mismo modo que las tropas estaban cada vez más expectantes ante la posibilidad de un saqueo en la ciudad; eran muchos los meses que allí pasaron, incluido un invierno que para muchos se hizo muy largo. Los guerreros de Deira no estaban acostumbrados a las ciudades y el hecho de poder tomar una abría en su mente las más tenebrosas fantasías de adquirir buen botín.
-      Poco falta para que se rindan, entonces entraremos y si nuestro admirado señor nos lo permite, podremos gozar de una buena rapiña; mujeres, vino y oro nos esperan tras esas empalizadas.
-      Yo he oído que Aelli tiene intención de cuidar esta ciudad y que por eso no la toma al asalto a pesar de que muchos de los hombres que se sientan en su mesa le instan a ello.

Ligeramente apartados de las tropas, Aelli y sus principales consejeros en las batallas, todos ellos imponentes guerreros curtidos en mil batallas, discutían sobre las siguientes acciones a tomar. El convencimiento de que la ciudad estaba a punto de pasar a su dominio era unánime, por tanto debían tomar una decisión sobre lo que hacer.
La opinión mayoritaria era similar a la de las tropas: tomar la ciudad, saquearla y tal vez dejar allí una guarnición que asegurase impuestos para el reino. Unos pocos se inclinaban por asaltarla sin esperar a su rendición, y todos estaban de acuerdo en que no se debía negociar con sus habitantes. Finalmente, cuando todos hubieron expuesto su opinión, el rey habló para informar de la decisión que había tomado.
-      Os agradezco vuestras opiniones, todas ellas muy válidas para las actuales circunstancias, pero el largo tiempo que llevamos aquí me ha hecho reflexionar y sobre todo, añorar la acción de la batalla. Hay muchas tierras a conquistar alrededor de las que tenemos, muchos botines a conseguir y la gloria nos espera en los verdes páramos no en estrechas callejuelas. Amigos, ardo en deseos de correr con mi espada al aire, gritando al cielo mismo en busca de un enemigo que haga lo propio conmigo. Las ciudades no son nuestro lugar – Miró con aire complacido como sus hombres afirmaban y hacían gestos mostrando su acuerdo.
-      Si tomamos la ciudad – continuó Aelli – algunos de nuestros hombres deberán quedarse aquí para asegurar la posición. Eso nos divide, nos hace débiles y podemos encontrarnos con que, en alguna batalla echemos de menos a quienes aquí se han quedado. Así que en cuanto escampe esta lluvia que lleva cinco días sin dejarnos en paz, partiremos hacia el sur en busca de los hombres que dejamos en esta región para buscar la gloria de la conquista en otras tierras.

Así sucedió, el largo y pesado asedio sobre Whitby fue levantado ante la mirada estupefacta y el regocijo de sus habitantes que no esperaban de ningún modo tal desenlace. Las tropas de Deira regresaron por los mismos lugares por donde habían venido uniendo a sus tropas aquellas que formaban parte de la guarnición de Scarborough.

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Mientras tanto, en Hexham, Egfrith, hermano de Aelli y provisionalmente heredero del reino hasta la mayoría de edad del joven Edwin, hacía los preparativos para dar un buen recibimiento a Cwrrig, un irlandés que había sido contratado como mercenario junto a sus tropas. La curiosidad entre las gentes por verles era extraordinaria, pero un muchacho sentía una ansiedad como ninguno, Edwin.
Cuando Cwrrig y sus lanceros arribaron, nadie se sintió decepcionado pues su líder era más bien un gigante de increíbles músculos; caminaba orgulloso con la mirada seria y decidida de los grandes hombres; tras él, los lanceros formaban un exótico conjunto que si bien no era demasiado diferente al de cualquier ejército nativo, el simple hecho de que hablasen en una lengua desconocida les daba un aire, para muchos peligroso, para otros simplemente curioso.
Para Edwin, el intrépido y belicoso muchacho era la oportunidad de conocer otros guerreros, tal vez con una cultura de lucha diferente a la suya. Estaba convencido de que aprendería buenas lecciones si conseguía convencer a su madre y a su tío de que le permitiesen ir a su lado.
Se celebró un impresionante banquete de recibimiento donde Egfrith, en nombre del rey de Deira, indicó al mercenario lo que debía hacer si quería ganarse su recompensa. Cwrrig, desconfiado por naturaleza y a quien ya le habían jugado más de una mala pasada, exigió garantías.
-      ¡Llevadme como garantía de pago! – exclamó de inmediato Edwin.
Cyneburga, su madre, frunció el ceño y fue a reprender a su hijo, pero Egfrith fue rápido de pensamiento y se adelanto a la asustada mujer a quien la impetuosidad de su primogénito estaba encaneciendo prematuramente el pelo del que otrora se sintiera tan orgullosa.
-      Escuchad bien Cwrrig hijo de Cwrgant – dijo alzándose de la mesa Egfrith – nuestra mejor garantía es nuestra propia palabra. Nosotros no pagamos antes de hacer el trabajo, si queréis alguna garantía, tomad el dinero de los saqueos como adelanto, nadie os lo exigirá. Cuando debáis partir, pasaremos cuentas y os daremos el resto si no tenéis suficiente. Algunos comerciantes que conocen las regiones donde actuaréis os acompañarán y ellos controlarán que cumplís las tareas asignadas. Aceptad estas condiciones o volved a vuestra tierra – habló con firmeza, mirando directamente a los ojos del mercenario.
-      Acepto – respondió secamente el irlandés.
Desde ese momento y hasta acabado el banquete, Edwin no desaprovechó ninguna ocasión para dejar patente su enfado; no pasó el vino a su tío cuando este se lo requirió, provocó a varios guerreros dudando de su lealtad, escupió a un irlandés (lo que a punto estuvo de originar un gran conflicto)… Al acabar, cuando todos se retiraban, Egfrith le llamó aparte; el muchacho hizo como que no le veía obligándo le a acudir hasta él, le agarró del brazo y, a empujones, lo llevó hasta donde nadie pudiera verles.
-      ¡Estúpido muchacho! Te comportas como un niño y no como un guerrero. Si fueses mi hijo, te mandaría azotar hasta tener la espalda en carne viva.
-      No eres mi padre, así que déjame en paz - Edwin trataba de marcharse.
-      Juré a tu padre tratarte como si fueses mi hijo – Egfrith volvió a agarrarle del brazo – y bien saben los dioses que lo que debería hacer es darte un buen castigo…
Edwin consiguió liberarse y escapar de las amenazas de Egfrith.
-      Vete, vete, vete… Hasta que vuelva tu padre, voy a vigilarte igual que si fueses un prisionero. Esta vez no podrás escapar como hiciste la otra vez.

Edwin, heredero de Deira, hombre al mando de las tierras de Hexam y con potestad casi absoluta en ausencia del rey desde su nombramiento cuando Unferth, el anterior heredero, un amigo desde la infancia de Aelli, murió en los saqueos en Helmet, determinó que un grupo de sus más fieles hombres siguiese y controlase cada movimiento del revoltoso Edwin, que cada conversación en la taberna llegase a sus oídos, incluso que sus pensamientos fuesen revelados.
Un mes después, cuando Aelli pasó por Hexham camino de York, Edwin trató de hablar con él. Egfrith ordenó que eso no ocurriese y retuvo a su sobrino junto a él para evitarse posibles problemas.
-      Mi caprichoso chiquillo… Tu padre tiene cosas más importantes en las que ocuparse. Estoy seguro de que apoyaría mi postura pues pusiste en peligro la colaboración de los irlandeses. No hay razón para que vayas a él con tus lloriqueos, ya le contarás cuando regrese dentro de dos inviernos. Entonces vendrá aquí y tú serás nombrado heredero del reino pues habrás alcanzado la edad adulta y seguramente yo tendré que marchar para evitar tu encendido cólera de adolescente. Aciagos tiempos le esperan a Deira cuando tú seas rey…

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El rey de Deira fue ajeno a todos los asuntos de la corte durante la primavera y el verano de 557. Tras partir del voluntariamente frustrado asedio en Whitby y recoger las tropas guarnicionadas en Scarborough, su destino estaba claro: la región de York. Sabía que Unferth, hacía dos años había conseguido imponentes botines en esa región y era su intención repetir éxito en aquellas tierras.
En los planes de Aelli figuraba ir repitiendo un mismo proceso en aquellas regiones en las que él creía que podía obtener más beneficios: Primero saquear la región mediante furtivas incursiones, después tomarla y añadir esas tierras a las de su reino de tal manera que no se viese obligado a dejar en ellas guarnición alguna. Según decía:
-      Necesito a todo mi ejército junto a mi, a todos y cada uno de los bravos guerreros que lo conforman. Yo les daré las riquezas que ellos requieren.
También es cierto que no era un factor desdeñable el mal gusto de boca que había dejado en sus tropas el abandono del asedio de Whitby…
-      Los guerreros siempre han confiado en mi. Ellos saben que volverán a casa cargados de oro, joyas y nuevas y brillantes armas. Les compensaré por lo de aquella apestosa ciudad tanto que será un incidente olvidado.
El primer ataque, sobre York fue un éxito para los asaltantes sin precedentes; pequeños pueblos que celebraban sus mercados fueron desvalijados completamente, molinos cargados de grano vaciados, rebaños enteros de ovejas conducidos hacia Hexam. Aelli y sus hombres estaban exultantes por tan magníficos logros, tanto que para el propio rey pasó desapercibida la ausencia de su hijo en la corte. No se percató de que su hermano Egfrith le había enviado hacia la costa, “protegido” por un grupo de hombres de su confianza.
Tras veinte días de grandes logros, Aelli, según los planes que tenía, ordenó que se ocupase la desolada región que acababan de saquear. El ánimo de los aldeanos de York estaba ciertamente bajo después de sufrir tales violaciones, pero aún así plantaron dura lucha para proteger lo poco que les quedaba.
A pesar de su valor, nada pudieron hacer para salvaguardar su tierra, su único éxito fue llevarse por delante a un centenar de guerreros deiranos. A los supervivientes no les quedó más remedio que pactar con los invasores y esperar tiempos mejores.
Con un resultado tan esplendoroso, Aelli prosiguió sus acciones según el mismo patrón. La siguiente etapa hacia la gloria y la conquista sería Sadberge. Apostados en la recién conquistada región de York, iniciaron sus incursiones hacia unas tierras que no habían sido atacadas en los años anteriores. Aquí fueron más cautelosos y el desconocimiento de la región les produjo mayores dificultades a la hora de localizar el momento y el lugar donde los más preciados tesoros podían hallarse. Tras las poco provechosas incursiones, llegó el momento del ataque, y al igual que York, la región rindió sin mayores contratiempos. Solo entonces vieron que era lógico que su botín no fuese nada comparado con el de York, aquella región carecía de grandes riquezas.
Llegados a este punto, los ojos de Aelli apuntaban hacia Scarborough, la región que el mismo conquistara dos años atrás y que había abandonado hacía poco. Uno de sus hombres entonces recriminó al rey su estrategia:
-      ¿Por qué no saqueamos la región mientras nos encontrábamos allí, teníamos a la gente controlada, sabíamos donde estaban sus tesoros?

Aelli contestó hundiendo su espada en el estómago del disidente. Luego supo que ese hombre era uno de los dirigentes de la guarnición que tenía en Scarborough.
-      No os preocupéis mi rey, ese hombre estaba cegado por el egoísmo. Mientras estuvo en Scarborough casó con una aldeana de cierta nobleza de allí y suspiraba por acabar siendo el dueño de aquella región – dijo otro de sus hombres.
-      ¡Vuestras órdenes jamás se discuten! – añadió otro.

Ese pequeño incidente no trastocó los planes del rey, la región fue saqueada obteniéndose también un más que jugoso botín, y tras ello las tropas entraron para tomar la que ya fue región de Deira.
La misma incredulidad que manifestaron las gentes de Scarborough cuando las guarniciones de Deira se marcharon, se produjo cuando nuevamente volvieron. Opusieron tanta resistencia como pudieron, pero no podían hacer nada ante la avalancha de guerreros de Aelli sedientos de nuevas conquistas.
Con la conquista de esta región, Aelli habló al grueso de las tropas:
-      ¿Queríais botín? Por Wotan que ahora estáis más enriquecidos que un prestamista de monedas – dijo con los brazos en jarra, subido a enorme cofre de madera que contenía parte del botín.
-      ¿Queréis más? Por Wotan y los otros dioses que tendréis más – continuó.

Y así, el ejército de Aelli, con la moral por las nubes partió hacia las regiones cercanas con la idea de aumentar sus riquezas. Ya no quería nuevas regiones, Aelli ya se podía considerar como un verdadero conquistador de tierras, su reino había crecido tanto en poco más de un año, que su extensión era el doble que antes.

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En Hexam, al final del invierno de 557, Cyneburga, la pequeña hija de Aelli de sólo cinco años cayó enferma; tenía alta fiebre y su cuerpo se lleno de purulentos granos. Su madre, también llamada Cyneburga, desoyendo el consejo de todo el mundo, quiso estar a su lado mientras exhalaba sus últimos hálitos de vida. Al poco tiempo también ella enfermo, y tras unas semanas, primero murió la hija y después la madre.
Edwin, quien seguía vigilado muy de cerca por los hombres de su tío, lloró desconsoladamente la muerte de su madre. Él que le hacía la vida imposible con sus mil travesuras y sus arrebatos, quien se creía el más fuerte guerrero de toda Britania y estaba dispuesto a pelear con cuantos dragones le salieran al paso, sentía un profundo desasosiego en su joven corazón.
Su madre muerta, su padre, luchando lejos de allí, su tío controlándolo y sospechando de cualquier acción que hiciese…

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Cwrrig seguía cumpliendo las órdenes que sus favorecedores le habían encomendado. El irlandés no estaba nada de acuerdo con la planificación realizada, pero Egfrith le había dejado bien claro que o bien cumplía o no cobraría y se las tendría que ver con el mismísimo Aelli, a quien no conocía más que por los comentarios que el resto de la corte de Deira y los campesinos he habían hecho, y no se podía negar que ese rey debía ser alguien muy poderoso y con grandes dotes de mando. “El Conquistador” le llamaban y Cwrrig no estaba dispuesto a desatar su ira, además el honor de Cwrrig le impedía romper un compromiso.
Sus dudas se disiparon en gran medida cuando atacó la región de Sheffield consiguiendo una victoria incontestable. “Estos britanos parecen tan débiles como los del este” comentaban sus tropas, todos ellos habían combatido ya con los britanos más al sureste. Los irlandeses estaban ahora convencidos de que conseguirían su objetivo.
Tras Sheffield, la segunda misión encomendada era añadir al reino de Deira la región de Helmet, antiguo objetivo de sus saqueos. Aquí, a pesar de que en apariencia iba a ser más difícil, encontraron mayor resistencia de la esperada y conquistarla costó unos días más de las previsiones.
-      Los anglosajones no previeron la posibilidad de un retraso. No nos dará tiempo a cumplir todos los encargos.
-      Sigamos con la encomienda y volvamos a su tierra a cobrar cuando sea evidente que no podremos hacerlo. Ellos enviarán a un grupo de exploradores para facilitarnos la tarea en Derby, tendrán testigos de que no mentimos.
Continuaron y le llegó la hora de sufrir la fuerza de los descendientes de Partolón a Lindsey. Esta vez no hubo problema alguno y la conquista se produjo sin mayores problemas. Entonces aparecieron un grupo de hombres de Deira enviados por Egfrith para que guiasen a los irlandeses en las acciones que restaban. Eran hombres dedicados al comercio acostumbrados a viajar lejos y conocían aceptablemente bien esa parte de la isla.
Saquearon South Derby y luego North Derby, consiguiendo un buen botín que se quedaron para sí como garantía de cobro. Cwrrig habló a los comerciantes deiranos:
-      Id a Hexham y decidle a Egfrith que no hay tiempo para poner bajo asedio la ciudad de Hatfield. Decidle que marcharemos al sur a saquear tierras y que le consideramos liberado de la deuda que  contrajo con nosotros. Los saqueos serán nuestro pago.
Unas semanas después, los comerciantes volvieron con noticias de Egfrith:
-      Dice el heredero de Deira que considerará como un deshonor y una falta a vuestra palabra dada si no realizáis lo pactado hace dos años. Dice que un ejército de Deira irá a por vos si no asediáis Hatfield.
A Cwrrig no le gustaban las amenazas, pero decidió hacer caso a las advertencias y puso a Hatfield bajo asedio, impidiendo la entrada y salida de gente. Él y sus tropas estaban relajadas, la situación no era problemática y sabían que no conseguirían nada, de hecho, a las pocas semanas el asedio era ya muy relajado, simplemente estaban acampados a las puertas de la ciudad y hacían una vigilancia más que nada para protegerse a ellos mismos.

Ayn Rand.


“En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a los peores. En nombre de los valores que te mantienen con vida, no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente en aquellos que nunca han conseguido el título de humanos. No olvides que el estado natural del hombre es una postura erguida, una mente intransigente y un paso vivaz capaz de recorrer caminos ilimitados. No permitas que se extinga tu fuego, chispa a chispa, cada una de ellas irreemplazable, en los pantanos sin esperanza de lo aproximado, lo casi, lo no aún, lo nunca jamás. No permitas que perezca el héroe que llevas en tu alma, en solitaria frustración por la vida que merecías pero que nunca pudiste alcanzar. Revisa tu ruta y la naturaleza de tu batalla. El mundo que deseas puede ser ganado, existe, es real y posible; es tuyo. 

“Pero ganarlo requiere de una dedicación total y una ruptura total con el mundo de tu pasado, con la doctrina de que el hombre es un animal de sacrificio, que sólo existe para el placer de otros. Lucha por el valor de tu persona. Lucha por la virtud de tu orgullo. Lucha por la esencia del ser humano: su mente racional y soberana. Lucha con la radiante certeza y la absoluta rectitud de saber que tuya es la Moral de la Vida y que tuya es la batalla por cualquier logro, cualquier valor, cualquier grandeza, cualquier bondad, cualquier alegría que alguna vez haya existido en esta Tierra.

“Vencerás cuando estés listo para pronunciar el juramento que yo hice al comienzo de mi batalla. Y para aquellos que quieran conocer la fecha de mi retorno, voy a repetirlo ahora, para que lo escuche el mundo entero: 

‘Juro por mi vida, y mi amor por ella, que jamás viviré para nadie, ni exigiré que nadie viva para mí’.”

La rebelión de Atlas.
Ayn Rand.

Triste pero real... (Nota del diario El Pais - España)

Maradona como metáfora argentina

¿Hay alguna relación entre el futbolista y el peronismo? Sí, cuando se eligen entrenadores, presidentes o sistemas de características populistas, autoritarias y con pocos pies sobre la tierra, el resultado es el fracaso.



Se dice con frecuencia que la solución a los problemas de la África subsahariana es la educación; que los recursos naturales abundan y si solo se pudiera proporcionar un buen nivel educativo a la gente el continente despegaría. No necesariamente. Miren el caso de Argentina. Todos los recursos naturales que quieran, una bajísima densidad de población y, a lo largo de la mayor parte del siglo XX, índices escolares que no han tenido nada que envidiar a Europa occidental. Pero hoy, en un país que hace 100 años era uno de los 10 más ricos del mundo, la tercera parte de los recién nacidos están condenados a crecer en la pobreza, si es que logran crecer. Ocho niños menores de cinco años mueren al día debido a la desnutrición en un país que debería ser, como hace tiempo fue, el granero del mundo. Semejante aberración florece en un contexto político en el que a lo largo de más de medio siglo juntas militares han alternado el poder con Gobiernos populistas, corruptos o incompetentes. El actual Gobierno peronista de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (como el anterior, de su marido Néstor Kirchner) es más afín al de Hugo Chávez en Venezuela o al de Daniel Ortega en Nicaragua que a los Gobiernos pragmáticos y serios de Brasil, Chile o el vecino Uruguay donde, por cierto, hoy se consume más carne per cápita que en Argentina. ¿Dónde ha quedado la famosa Justicia Social proclamada hasta el cansancio por el peronismo que ha gobernado la mayor parte del período democrático instaurado en 1983? ¿Cuál es el problema?

El problema es Diego Maradona. O, para ser más precisos, lo encarna, como símbolo, Maradona, el "Diez", "el Dios Argentino", el ídolo nacional por goleada. La idolatría a los líderes redentores, el culto a la viveza y (su hermano gemelo) el desprecio por la ética del trabajo, el narcisismo, la fe en las soluciones mágicas, el impulso a exculparse achacando los males a otros, el fantochismo son características que no definen a todos los argentinos, pero que Maradona representa en caricatura payasesca y que la mayoría de la población, aquella misma incapaz de perder la fe en el peronismo, aplaude no con risas sino con perversa seriedad. El punto de partida es la negación de la realidad. Este es el terreno en el que opera Maradona y en el que su legión de devotos se adentra -como por ejemplo los 20.000 que fueron al aeropuerto de Ezeiza para darle las gracias tras la desastrosa actuación en el Mundial de Sudáfrica- para adorarle.

Esos mismos que disfrutaban como locos con las grotescas actitudes y dichos del ídolo -"¡que la chupen!"- fueron en manada a vitorearlo al llegar a Buenos Aires después de la goleada de 4-0 que Alemania le propinó, expulsando a su selección del Mundial. Presos de la nostalgia, no olvidan nunca que "ÉL" hizo el famoso gol con la "mano de Dios"; o sea que su mano y la mano de Dios son la misma mano. "EL" es uno con "DIOS". La manada entonces, mientras grita para adentro, "¡Si estamos unidos a Dios Maradona compartiremos toda su gloria!", grita para afuera: Maradooooooona, Maradooooooona. Y no olvidemos el dicho nacional, al mismo tiempo jocoso y lleno de convicción, "¡Dios es argentino!".

Diego Maradona fue un monumental jugador de fútbol. Pero la fama justificada no da títulos, ni derechos, ni conocimientos para opinar con absoluta certeza acerca de casi todo y al mismo tiempo desautorizar a todo aquel que no esté de acuerdo con sus ideas. En Argentina, mientras avergonzaba a algunos, hacía gritar de entusiasmo a muchos más. Creían, orgullosos, que unidos al " ídolo" todo el mundo "se la chupaba". En realidad el que se ha chupado todo, desde alcohol hasta cocaína, ha sido Maradona. Nadie lo acusa ni lo maltrata por su triste enfermedad. Solo se trata de señalar su soberbia desconsiderada, de carácter profundamente narcisista, base de sus penosas afecciones del alma, metáfora de la patología crónica de un país.
Hace 15 días Maradona dio su primera entrevista desde la debacle de Sudáfrica. El ex director técnico de la selección argentina, al que se le oyó diciendo minutos antes de aquel partido que su equipo iba a dar una lección de fútbol a los alemanes, no ofreció ni análisis, ni explicación por la derrota, salvo decir que el portero alemán estuvo "muy seguro" y después del 2-0 "nos vinimos abajo". Con un poco de suerte (la magia de la suerte lo abandonó, ¿el otro Dios estaba en su contra?) el partido se hubiera ganado. Culpa por el desastre no aceptó ninguna.

En cuanto a la victoria argentina 4-1 el mes pasado contra el campeón del mundo, España, bajo el mando de un nuevo seleccionador, confesó que prefirió no ver el partido. Claro. Porque ver aquel partido hubiera significado chocarse con la realidad y arriesgar salir del autoengaño enfermizo que le permitió afirmar en la misma entrevista que -avalado por el ex presidente Néstor Kirchner, que en una reunión la semana pasada le "felicitó" por el Mundial- él seguía siendo el candidato idóneo para dirigir la selección. "Daría la vida", dijo, "daría un brazo" por recuperar el puesto.

El fracaso de Maradona en el Mundial fue el espejo del fracaso de Argentina como país. Por un lado, una falta de rigor y humildad en la planificación; por otro, un derroche de los recursos disponibles. Talento sobraba, salvo que por amiguismo, ceguera, populismo patriotero o sencilla idiotez Maradona decidió no convocar a la mitad de los mejores; no solo no explotó los recursos que tenía, no los quiso ni ver. El nuevo seleccionador, Sergio Batista, puso en el campo contra España a cuatro jugadores básicos que Maradona ni siquiera había convocado para Sudáfrica y lo que se vio fue un equipo sólido que hubiera sabido competir contra Alemania, como contra cualquiera en el Mundial. Es decir, el sentido común existe en Argentina; solo que demasiadas veces, obliterado por la luz maradoniana, brilla por su ausencia.

En el sistema maradoniano solamente brilla la ilusión. Dentro de este sistema de pensamiento las cosas terminan no teniendo ni pies ni cabeza. Resultado: fracaso en la vida y arrastrando en el fracaso, en este caso, a la selección argentina, pero también se puede arrastrar a toda una nación. Recorriendo la historia del siglo XX sabemos la potencia destructiva de la ilusión cuando no es contrabalanceada por la realidad terrenal, nunca tan agradable ella como los espejismos de la ficción.
Cuando llevados por la fantasía se eligen directores técnicos o presidentes o sistemas de características populistas, autoritarios y antidemocráticos, con pocos pies sobre la tierra, el resultado inevitable es el fracaso. Un director técnico que no tiene ni ha tenido capacidad para manejar su vida, que además no es director técnico (por preparación) y por lo tanto al titularse así toma las características de un impostor, tuvo como resultado el descalabro de la selección argentina. Puede ocurrir nuevamente algo similar con la Argentina misma si los directores técnicos, léase la pareja que lleva siete años en el poder, siguen el camino compulsivamente repetitivo de la tergiversación permanente de la realidad. El endiosamiento de seres Ídolos-Dioses a los que no se debe criticar, como a Perón, Evita, Maradona, Cristina Fernández o Néstor Kirchner, intocables seres sin errores, lleva al fracaso reiterativo y doloroso que arrastra a millones de argentinos al sufrimiento. El granero del mundo se va convirtiendo en un país lleno además de granos de pústulas creadas por el sistema: fracaso, pobreza, desnutrición, inseguridad, criminalidad, destrucción de las instituciones, ataque permanente a la prensa opositora, ataque a la ley, destrucción de la educación (eso también) y llegamos entonces a que la fantasía de ser un pueblo "protegido" por los Dioses cae en una triste y ridícula realidad.

Las sociedades propensas a alimentar estas ilusiones, caen en la seducción hipnótica de líderes de estas características. Son sociedades cerradas, como dice Karl Popper, con un fuerte carácter autoritario, convicciones inamovibles y preponderancia al pensamiento mágico. En estos casos el horizonte de expectativas está absolutamente distorsionado por las ilusiones y las consecuencias se traducen en un sinnúmero de fracasos compulsivamente repetitivos. Decía Albert Einstein que la locura era repetir lo mismo una y otra vez, esperando diferentes resultados. Eso es lo que propone Maradona al reafirmar su derecho a dirigir la selección de fútbol. Al apoyar su estrambótica candidatura, los Kirchner, eso sí, están siendo consecuentes. Ellos también piden, pese al fracaso mundialista de su gestión, como el de los regímenes peronistas que los precedieron, que se prolongue su dinastía en las elecciones generales del año que viene. Es probable que lo consigan. Sería la victoria del pensamiento mágico maradoniano, sobre el que el sol de la bandera argentina nunca se pone.

John Carlin, periodista, vivió 10 años en Argentina; Carlos Pierini trabaja como médico psicoanalista en Buenos Aires.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Espejo


Una vez más
Volando en la sombra
Como Ícaro
Sabiendo que cuando llegue,
El Sol me va a mandar a pique
 
Viajo en turbulencia
Entre la miel y la hiel
Entre el Amor y la verdad
 
El tiempo pasa
Y no le importa en absoluto
Que es de nuestras vidas
El pasa y nos lleva
Y hoy, así, no podemos elegir
Adonde queremos ir
 
A veces es así
Siento que corro
Tratando de tocar el horizonte
 
No se que quiero inventar
Que estoy buscando?
Lo que yo busco no existe, no.
 
Es una trampa
Siempre la misma trampa
Yo amo y creo
 
Amo tanto 
Que me ciego
Y termino amando
Solo el reflejo de lo que doy
Es solo la ilusión en un espejo